12 julio 2001

Paisajes personales

Paisajes personales - Casa de la Cultura de Puerto del Rosario

Hasta el 20 de junio exponen su obra en la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura de Puerto del Rosario dos jóvenes pintores residentes en Corralejo: Luis de Dios (1969) y Luis Ruiz (1973). Son de formación autodidacta; si el primero declara provenir del campo del tebeo, el graffiti y la ilustración, el segundo es muralista y decorador de espacios festivos. Los dos han trabajado y trabajan para empresas relacionadas con el mundo del surf. Quienes, salidos de ese mundo bronceado y salitroso, se llaman artistas suelen tener un concepto del arte un tanto indefinido, a medio camino entre la actividad física que caracteriza a los deportistas del mar y la esterilidad intelectual (que, todo hay que decirlo si hemos de ser maledicentes, también suele caracterizarlos). Lo plástico entendido como desahogo, como un excitante más de los sentidos: amanerado, chillón, falsamente surrealista, dinámico, no muy riguroso.

Luis de Dios y Luis Ruiz son dos estupendos dibujantes. Para que puedan ser considerados dos artistas faltan aún algunos pasos, y fundamentalmente falta que ellos mismos se convenzan de ello. El arte se diferencia de la decoración y de la moda en que éstas son triviales, sólo aspiran a que el entorno sea más agradable. Por el contrario, el arte no se agota en las primeras sensaciones; excita el intelecto y, a través de algún mecanismo indefinible que lo demuestra emparentado con el ritual mágico, excita el sentimiento de una forma nueva, no trivial, enriquecedora. Quien admira una obra de arte se renueva, desautomatiza su percepción, es otra persona distinta a la que era antes de contemplarla. El arte enseña por caminos que no son didácticos, emociona sin sensiblerías, asombra sin recurrir a fáciles expedientes tremendistas. No basta con dominar la técnica hasta cierto punto. Académico o no, es necesario un bagaje interior que, siento decirlo, no se adquiere en la cresta de la ola.

Es significativo que Luis de Dios se refiera en sus obras a Tamara de Lempicka y a Salvador Dalí: si la primera fue la reina del art decó y de la era del jazz, el catalán se promocionó como gran épateur, como gran artista con pose de gran artista. Ni lo uno ni lo otro (pese a los grandes méritos de ambos pintores) responden a la esencia del arte, sino a lo que podríamos llamar sociología del arte. El artista se hace en el interior: en el interior de su estudio y en su propio interior. Todo lo que responde a modas, tribus y producción de consumo no es arte. Puede ser otra cosa, y puede ser incluso valioso, pero no es arte.

De Dios y Ruiz han logrado una muestra con una alta dosis de coherencia. Paisajes personales no tiene gran densidad, pero sí es demostración de un trabajo concebido, emprendido y sostenido con intención y durante un período de tiempo suficiente. En Ruiz destaca el trazo ágil de sus acuarelas y serigrafías, entre las que destaca la muy hermosa serie “Embarazada”, de ecos willendorfianos. Los colores vivos y la expresión descarnada adscriben algunas de sus obras a un expresionismo fácil, muy relacionado con el mundo del tebeo, que remite en ocasiones a los dibujantes de El Víbora o Metal Hurlant.

También De Dios toca el tema de la gestación; es el caso de “Madre”, que incluye toda una oración en ese sentido. El joven pintor concede notable importancia a la inclusión de textos en su obra plástica, lo que se explica en parte por su procedencia profesional. En general, sus estudios anatómicos destilan una sensualidad cierta y palpable, muy evidente en “Pantera”. Resaltar la musculación y los pliegues de la carne por medio de una luz irreal, flexible y morosa consigue dotar a sus figuras de una carnalidad muy sujeta a la tierra: De Dios pinta carne llamada al polvo. Ambos pintores efectúan en Paisajes personales, entre otras cosas, un homenaje a la anatomía humana. Hay que invitarles a que no desfallezcan. Canarias 7 Fuerteventura.

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