18 mayo 2005

El color de lo subjetivo

Montserrat Clausells - Kunstmann

Una de las consecuencias felices de la apertura de Es Baluard ha sido la atracción de nuevas galerías de arte al multisecular barrio de Sant Pere, que se va transformando, gracias a ese factor y a otros como la reubicación de la Biblioteca Pública y la progresiva restauración de sus edificios, en un rincón ciudadano de renovado encanto. Galerías que existían con distinto nombre en otros puntos de Palma, como Camba (ahora, ABA Art Contemporani), o que ya abrían sus puertas en otras localidades mallorquinas (Kunstmann, Maior) se unen hoy a aquéllas que ya se localizaban en la zona.

La que dirige Joanna Kunstmann expone, ya por escasos días, la obra de Montserrat Clausells (Barcelona, 1960). Sus acrílicos tienen que ver con la paleta y la modulación cromática de Mark Rothko y, por otro lado, con la aterciopelada precisión referencial de Antonio López; sin embargo, el figurativismo de la catalana toma otra dirección. Prescindiendo de anécdotas, se ajusta al canon realista en la medida imprescindible para que sus paisajes establezcan ataduras anímicas directas, pero no lo suficiente como para que su interpretación quede agotada en la referencia. Joan Bufill clasificó su arte –quizá innecesariamente– como metarrealista: pese al recurso al objeto, remite a la subjetividad a través de lo onírico, lo simbólico o lo misterioso. Las arquitecturas de Clausells acotan el espacio, pero no lo cierran; la intervención de la luz como elemento perturbador, una atmósfera caliginosa y la presencia sólo sugerida del hombre impiden considerar las estancias que representa, aparentemente desoladas, como muertas o vacías: la temperatura y la huella humana –que tienen mucho que ver con la calidad del color– constituyen ambientes a medio camino entre la memoria y el símbolo, dotados de una rara combinación de indefinición y nitidez.

Eduardo Mendoza, que la ha entendido muy bien, ha hecho notar cómo la pintura de Clausells “se puede mirar un rato largo sin cansancio”. Tal vez sea ésta la mejor de sus muchas virtudes: cuadros como los que componen las series Nit, Bàlsam o Como el agua, o el bellísimo Avinyó (todos de 2003-04) pueden intrigar, pero no inquietan: sugieren tránsito, no ruptura. No causan agresión ni impacto; suscitan reflexión. Última Hora.

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