28 septiembre 2005

Temo, luego existo

Chiang - Altair, Joan Oliver “Maneu” y Xavier Fiol

Ricard Chiang (Barcelona, 1966) ya había dejado adivinar a los palmesanos cuál era el tormentoso ámbito de su reflexión en sus Tentaciones de 2001. Hoy, tres de las más prestigiosas galerías del centro de la ciudad se han asociado para ofrecernos una nueva muestra de su obra más reciente, articulada en cuatro series y presentada en un catálogo cuya valiosa introducción, firmada por Damià Pons i Pons, seguramente hace innecesarias estas notas.

Junto a series como Ríos, que Pons ha identificado con la delicadeza y el equilibrio compositivo y emocional del paisaje japonés clásico –y que le permite conjugar la investigación en torno a lo tenebroso con una línea dulce más comercial–, o Raíces, en que, bajo una apariencia inofensiva, positiva lo oculto, Chiang establece en Pin-up las pautas de lo inquietante: a una belleza aparentemente serena acompañan, a modo de sugeridas pesadillas, símbolos o imágenes en nerviosos trazos que nos remiten a lo satánico (la cruz invertida, la Muerte, la estrella de cinco puntas o la cabeza de macho). Goya está en Chiang, pero también Brueghel y el lado oscuro del romanticismo, cuando –avalado por su faceta de dibujante de cómic– abandona la figuración más realista y se decide por estilizados muñecos en Parvulitos del infierno. El horror más o menos intelectualizado adquiere un cariz plenamente irracional cuando no sólo los protagonistas del drama son niños, sino que incluso el trazo empleado imita los monigotes escolares. Insertar motivos terroríficos en un contexto infantil nos arranca sutilmente la condición de espectadores y nos recoloca en la pasividad propia del no adulto, en la que no cabe sacudir la amenaza, sino sufrirla. Continuación aún más dramática de la serie Pesadillas infantiles (2001-2003), estos parvulitos torturados, devorados o desmembrados son góticos en varios sentidos de la palabra: en el de un estilo de simultaneidades sin primor formal ni perspectiva, básicamente expresionista; y en el de un romanticismo en blanco y negro cercano a la literatura vampírica y al cine gore. Lo terrorífico nos atrae porque siempre sobrevivió en nuestras conciencias pese a décadas de educación y madurez: nos sitúa frente a nosotros mismos. Última Hora.

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